No soy de los optimistas –dicen que los
pesimistas somos optimistas mejor informados- que creen que la carrera está
corrida. Al frente tenemos a muchos que quienes creen que el Estado puede y
debe ser usado para perpetuarse en el poder y a gente que es capaz de prometer
el oro y el moro con tal que voten por ellos (¿se acuerda de eso de educación gratuita y de calidad para todos,
no más abusos, menos delincuencia que tanto repetía una candidata hace un
año atrás?). De experiencias de balconazos
y de celebraciones anticipadas que devienen en fracasos y explicaciones
estamos llenos, y curtidos.
Pero sin duda la situación es expectante.
Sebastián Piñera es hoy el mejor posicionado para ganar la Presidencia. Su
contendor más próximo no solo no despega, sino que reconoce que aún no define
sus ideas y que ellas son cercanas al continuismo de Bachelet, que parece
condenada a dejar La Moneda en medio de la desaprobación.
El Presidente Piñera entonces depende, como
los buenos equipos de fútbol que van punteros, de sí mismo para ganar. Y el
tiempo juega a su favor: solo quedan 8.760 horas para el cambio de gobierno. Un
año. Y contando en cuenta regresiva.
La pregunta que muchos se hacen hoy, con
razón, es para qué ganar la elección y con qué ideas vamos a gobernar una vez
que ello ocurra, si efectivamente ocurre. El Manifiesto Republicano es una
buena base doctrinaria como dijimos en alguna columna anterior, que responde a
sobre qué bases debería gobernarse. Pero hay una pregunta siguiente, que pocos
se formulan al respecto, y es cuál será el rol que le corresponda a la
centro-derecha frente a ese gobierno.
Creo, como respuesta inicial a esa
interrogante, que es la hora de que la derecha avance desde el pensamiento de
minoría influyente al de mayoría social. A mi juicio no basta con construir una
mayoría electoral: necesitamos de una mayoría política. No bastaría, ni
siquiera, con ganar 4 a 0 las próximas elecciones –necesitamos no solo ganar la
presidencia, sino la Cámara, el Senado y los Consejeros Regionales- sino que es
indispensable ser capaces de seducir a nuestra gente tradicional y convocar a
más de quienes nos oponemos al actual gobierno y su trasnochado socialismo,
para que la mayoría sienta que un próximo gobierno de centroderecha será su gobierno.
Mi diagnóstico es que para ello en la
derecha deberíamos dejar de lado la repulsión por la política. Su mejor –en
realidad, su única opción- es politizarse. Dejar de lado al Homo Independens, que tanto rehúye de la
política. A su vez, abandonar poco a poco la tentación tecnócrata, dejar las tablas de datos y recordar el encanto de las
letras, las emociones y las palabras. Y, para complejizar más la labor, dejar
de lado las tradicionales experiencias de caudillos y liderazgos unipersonales
y centrados en la lógica del héroe, para pasar al plano de la
institucionalización política.
Hecho eso, debemos ser capaces de
respondernos: ¿ser de derecha significa solo frenar los cambios que la gente
demanda o, desde la prudencia y la moderación que nos guían, darles forma y
ritmo? ¿Es para conservar el poder desde
las instituciones formales de la República, o para levantar la voz desde las
bases y el tejido social que, por años, se le ha entregado sin contrapeso a la
izquierda?
En suma, la pregunta de fondo es ¿resulta
posible construir una derecha social y popular fundada en la justicia, en la
equidad y en valores democráticos?
La respuesta,
para mi, es afirmativa.
Es posible, en la medida que el fundamento
de la derecha esté más que en la protección de intereses, en la defensa de
ideas. Ideas que, por lo demás, desde la derecha son capaces de conquistar al
centro político, reconquistando buena parte del voto liberal y
socialcristiano. Para ello, es
fundamental la refundación del partido desde las ideas de la libertad que le
inspiran, reflejados y entendidos en cuatro aspectos fundamentales:
a) La libertad política, comprendida como la
adhesión permanente a los valores de la democracia representativa, el respeto a
las instituciones republicanas y a las autoridades nacidas a partir de la
voluntad soberana del pueblo expresada en el voto. El orden, que permite el
progreso, nace desde la fortaleza del Estado de Derecho.
b) La libertad económica, única vía que
garantiza la constante creación de riqueza, lugar donde la iniciativa individual
se constituye en la matriz del desarrollo material y la movilidad social.
c) La libertad social, entendida como la
neutralidad del Estado en materias de concepciones del bien y la felicidad
humanas, concentrado sus esfuerzos en la justicia.
d) La libertad cultural, nacida a partir de
la rica diversidad que ofrece la sociedad chilena, hoy, conectada y
globalizada. La protección, armonización
e integración de todas las visiones que conviven en ella, debe ser uno de los
deberes fundamentales del Estado.
La derecha está llamada a no agotarse en un
simple discurso electoral, sino a representar un movimiento social, que altere
esa falsa percepción de que el nuestro un país ideológicamente de izquierdas. Para
ello debemos influenciar con nuevas ideas, las que deben tener su origen en el
largo esfuerzo de quienes han modernizado la derecha desde hace años, pero avanzando
un paso más allá: nuestra generación política debe ser recordada como la que
fue capaz de traspasar las fronteras y crear una mayoría no solo electoral,
sino intrincada en el corazón de nuestro Chile.
Hay mucho en lo que trabajar. El tiempo se
nos acaba. Solo nos restan 8760 horas…
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