La decisión de Joaquín Lavín de desistir de la carrera
municipal por Santiago, comuna en la que alguna vez fue electo alcalde con el
60,1% de los votos, abdicando su opción ante un joven concejal, Felipe Alessandri,
da cuenta no solo de la inmensa y plausible capacidad de trabajo del hoy
concejal RN y su “trabajo de hormiga”, de horas de puerta a puerta, reuniones
con vecinos y preocupación permanente por los asuntos locales: da cuenta del
ocaso de la forma de hacer política de la transición, de los íconos de los
noventa, del estilo propio de la Alianza por Chile.
La discusión que algunos han pretedido instalar sobre si la
encuesta la ganó Lavín o Alessandri–método sumamente cuestionable como solución
a los conflictos entre partidos o candidatos- efectuada en Santiago, la verdad
es irrelevante. La competencia era entre un ex alcalde de la comuna, ex vocero
de su partido, ex ministro del Presidente Piñera, ex candidato presidencial en
dos oportunidades, ex jefe de campaña de la candidata Matthei, contra un
concejal joven de la comuna..
¿Derrota política para Lavín? Sin dudas. ¿Signo de los
nuevos tiempos, que buscan rostros nuevos? Con certeza, si.
A mi juicio este hito marca comienzo del fin definitivo de
la Alianza, coalición política y electoral que mantuvo unida por un cuarto de
siglo a los partidos más representativos de la derecha chilena, que nació sobre
la sombra de la dictadura de Pinochet, de la derrota electoral propiciada por
la Concertación de Partidos para la Democracia en el plebiscito de 1988 y del
fallido intento de constituir un partido único que defendiera, para algunos,
las ideas de la derecha liberal, y para otros, el ideario de continuidad del
régimen autoritario.
Enhorabuena que se acabe. La
impronta de la extinta Alianza por Chile se caracterizó por sus constantes
problemas que la llevaron a ser siempre minoría política, incluso siendo
mayoría electoral. Sus roces y personalismos entre dirigentes de los dos
partidos más relevantes, la tendencia a seguir siendo un bloque minoritario
provocado en parte por el sistema binominal, y, por cierto, la incidencia del
dinero en la política.
La Alianza se fundó desde 1997, cuando Carlos Bombal se
impuso -con el apoyo de Lavín- al proyecto liberal de RN representado por
Andrés Allamand, sobre el predominio del cosismo.
Entendemos por tal ese discurso que privilegiaba la puesta en terreno por sobre
las ideas, y que entregaba soluciones concretas a los problemas, en lugar de
planear soluciones provenientes desde la doctrina o la ideología.
Claro, parecía atractivo que la política se hiciera físicamente
en distintos lugares del país, en contacto con las personas, escuchándolas, disfrazados
con los trajes típicos, dando soluciones impensadas como sembrar nubes para
hacer llover o traer nieve a valles para acercársela a los más pobres da la
señal de una política cercana a la gente... pero al final era solo un oropel.
Esa derecha imperante retrasó el proyecto político de la
otra. La derecha del cosismo,
centrado en “solucionar los problemas reales de la gente”, se impuso por sobre
la tradición conservadora-liberal que había imperado en la derecha, y que se
caracterizaba en el éxito político de la “democracia de los acuerdos”, en la
ferrea oposición del Partido Nacional a la Unidad Popular, en el predominio
intelectual de los partidos Liberal y Conservador, etc.
La consolidación del éxito electoral del cosismo generó en la derecha un severo
problema político: un déficit en el
plano de las ideas. El cosismo terminaba por despreciarlas. Y sin ideas, la
política termina vacía, porque lo que anima la política es perseguir un
proyecto de sociedad. En parte ese
cosismo explica la desafección de la gente de la política: donde solo importa
la solución inmediata, la política no tiene nada que hacer.
Suponer que la mera gestión es lo que podría hacer
competitivas a las ideas del sector es un despropósito. Pretende que se podría
transformar a las doctrinas políticas en un “listado de supermercado” más que
en un conjunto de posiciones o ideas sobre la realidad política, conlleva
inevitablemente que bastara un mero discurso efectista, tipo “fin al lucro” no
tuviera una respuesta consistente.
La derrota del proyecto de derecha más consistente, pues,
parece empezar a quedar atrás. ¿Estaremos frente a un nuevo ciclo de la
derecha? Todo
ello permite concluir que si.
Probablemente, estemos volviendo empezando a volver a construir
una derecha más tradicional. Esa misma que, salvo un período acotado en el
tiempo, predominó tanto con el Partido Nacional como con sus antecesores, los
Partidos Liberal y Conservador, y sus antecedentes más remotos. Esperemos que
esta construcción se cimente en el fin del predominio de lo independiente por
sobre la política de partidos, en el
predominio de lo tecnócrata por sobre lo político, y en el fin de los
caudillismos mesiánicos.
En suma, esperemos que el fin de la Alianza, hito del cual
el triunfo político de Alessandri por sobre Lavín parece marcar un hito
relevante, marque el resurgimiento de una derecha post-transicional, moderna,
fundada en la libertad de las personas y capaz, desde sus ideas, de seducir y
de entusiasmar al centro político, reconquistando buena parte del voto liberal
y socialcristiano, con el fin de construir una mayoría política y no solo una
oposición a las ideas de izquierda.
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