Si el regreso de José Piñera a
Chile tenía por objeto defender el cuestionado modelo de Administradoras de
Fondos de Pensiones, que diseñó y ejecutó en los años 80, entonces no cabe sino
calificar tal retorno como un total fracaso.
A diferencia de lo que hace un
buen defensor de sus ideas, su exposición solo provocó mayor animadversión a
ellas. Sus duras, petulantes y vociferantes opiniones en los distintos
programas a los que fue invitado, así como su falta de empatía respecto de los
perjudicados por el sistema, generaron el efecto contrario al que deseaba: probablemente
hoy, gracias a él, haya más detractores de la capitalización individual que los
que habían la semana pasada.
Hay que hacer la diferenciación
entre el mensaje y el mensajero. En otros términos, ¿tiene defensa el modelo de
capitalización individual? Probablemente si, pero claramente no en la forma
como lo hace José Piñera. Aclaro, antes que alguien me acuse de lo contrario,
que mi único vínculo con ellas es ser un cotizante más.
El modelo de capitalización
individual se justifica cuando se les compara con su antecesor, el de reparto.
Quebrado desde los años 60, generó que la mitad de los pensionados de la época
no tuvieran fondos de jubilación e incentivó que solo los afiliados a cajas de
pensiones de entidades poderosas recibieran la llamada “perseguidora”, consistentes
en percibir el último sueldo previo a la jubilación. Los demás, claro, eran
perjudicados. O sea, la inequidad hecho sistema. Nadie sensato podría pretender
retornar a él. También se justifica al constatar que la rentabilidad de los
fondos de pensión ha sido mayoritariamente positiva a lo largo del tiempo: o
sea, que en el largo plazo ni nosotros ni las AFP hemos perdido dinero sino, más
bien, lo hemos ganado.
Pero pese a que hayan hecho bien
su trabajo, las pensiones siguen siendo bajas Sin duda eso justifica un ajuste
mayor al modelo de las AFP, incluso un completo cambio de institucionalidad de
seguridad social. Pero a mi juicio tal ajuste no significa su desaparición ni
el fin de la lógica subsidiaria del Estado.
Al contrario, sería buena idea
mirar nuevamente su modelo original, que solo propiciaba beneficio para las
administradoras cuando ellas hacían bien su trabajo y generaran incremento de
las pensiones. Recordemos que en sus orígenes el sistema cobraba una comisión
alta, pero garantizaba una rentabilidad de UF+4% anual. Si la AFP no lograba
ese mínimo de rentabilidad, tenía que compensar con su patrimonio para llegar a
ella. Si se siguieran administrando así las jubilaciones, probablemente hoy los
pensionados percibirían el doble de lo que reciben por concepto de renta.
Lamentablemente, como ocurrió en
muchas otras áreas de la economía, el modelo comenzó a ser alterado en los
gobiernos de la Concertación, precisamente a favor de las Administradoras.
Veamos: en el Gobierno de
Aylwin, la modificación a los artículos 36 y 37 de la Ley 18481 generó que el
promedio de rentabilidad pasara de un promedio mensual a uno de 12 meses, más
fácil de cumplir para las AFP y que dificulta que se compense al afiliado por
pérdidas, ya que tienen más tiempo para recuperarse. Posteriormente, bajo el
Gobierno de Frei Ruiz-Tagle, la Ley 19.641 estableció que el promedio de
rentabilidad pasara de 12 a 36 meses, lo que facilitó a las AFP no tener que
compensar por baja rentabilidad.
Hasta el gobierno de Lagos la ley
exigía que el retiro programado se calculara con la tabla de mortandad del INE,
que estimaba que la vida de una persona se extendería hasta los 85 años. Desde
2004 en cambio, dicho cálculo lo efectúa la Superintendencia de Valores y
Seguros, que ha determinado que los afiliados viviremos hasta… los 110 años. Con
35 años más de vida, se disminuye artificialmente la jubilación del retiro
programado. En el mismo gobierno, la creación de los multifondos generó que el
afiliado fuera el afectado por el riesgo bursátil, pues el riesgo se trasladó
de las AFP a las personas, exactamente lo opuesto a lo buscado en el modelo
original. Finalmente, la ley 20.255 del primer gobierno de Bachelet que
estableció la Reforma Previsional derogó el inciso final del artículo 37 de la
Ley 18.481, eliminando definitivamente los mecanismos que garantizaban
rentabilidades mínimas del sistema.
Todo lo anterior
explica en parte por qué las AFP obtienen jugosas ganancias mientras sus
afiliados obtienen malas pensiones. José Piñera equivocó su ejemplo: el sistema
actual, gracias a todos estos cambios, dista mucho de ser un elegante auto
último modelo. Se asemeja más bien a uno viejo, al que le quitaron varios de sus
sistemas de seguridad. Para los afiliados es como manejar con los frenos malos,
sin barras laterales y sin airbag: estar en él es más un riesgo que un
beneficio.
Hoy Bachelet propone,
como mágica y urgente solución, una AFP estatal. Pero ello no mejorará en nada
la situación Y es que nada mejorará las pensiones mientras el fondo del asunto siga
centrado solo en la administración de los fondos. Podríamos mejorarlas enormemente
y aun así sería insuficiente. Las bajas pensiones no necesariamente dicen
relación con el desempeño de las AFP, sino marginalmente, porque la clave está
en cómo inyectar más fondos a las pensiones individuales.
El sistema de AFP
tiene errores, incluso horrores, que hay que corregir. Pero las bajas pensiones
dependen en mayor medida de la cotización y en forma secundaria de la
rentabilidad que consiga su administrador. Dependen de la baja inversión de los
cotizantes en sus fondos, que los bajos salarios no les permiten incrementar. También
de las "lagunas" del cotizante porque sus empleadores no le imponen. Y
también de la falta de un apoyo subsidiario estatal más decidido a las más
bajas. Incluso, como todos los expertos coinciden, habrá que evaluar aumentar
la edad de jubilación, medida tal vez necesaria pero, por cierto, impopular. Lo
que es un hecho es que no podemos pretender un milagro si no hay inyección efectiva
de recursos a las pensiones.
Volver a los orígenes del
sistema, aumentar el tamaño de las pensiones y retornar al principio básico en
la que el beneficiado siempre debe ser el afiliado y no la AFP debería ser la
consigna. Probablemente es ello lo que debió explicar José Piñera, en lugar de
pelearse en forma rabiosa y odiosa con sus interlocutores. El punto es que, gracias
a sus arrebatos, hoy la defensa del sistema de capitalización individual hoy es
más difícil para quienes creemos en ella, y le hace un gran favor a sus
detractores.
Como dice el viejo dicho, “no me
ayude tanto, compadre…”