El IPCC, Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático, hizo público su informe en París sobre el calentamiento global. Dicho documento advierte que la temperatura mundial subiría entre 1,8 y 4 grados en cien años, y que el nivel de los océanos podría aumentar hasta 59 centímetros. Todo debido, según ellos, a la nefasta influencia humana en la Tierra.
¿Es la civilización cristiana-occidental la gran culpable de los males ecológicos que sufre la Tierra? Hay mucho de ideológico en dicha visión. No es muy difícil indagar que normalmente quienes argumentan en torno a los mitos sobre el cambio climático, la contaminación y la devastación de la floresta provienen usualmente del mundo de la izquierda antimercado y antiglobalización. A ellos, especialmente a quienes viven de los frutos de esta discusión, les interesa mantener vivo este tema aún a riesgo de afirmar cosas controvertibles como verdades absolutas
Citando a Steyn, con las nuevas tecnologías, los ecologistas serían como fósiles que se están quedando sin combustible, pues sus predicciones apocalípticas generalmente fracasan: la “nueva Edad de Hielo” predicha en los años 70, finalmente no sobrevino. Su sucesor, el “calentamiento global”, concepto de los 80 recientemente reciclado, considera cada fenómeno meteorológico concebible como prueba del calentamiento global: así, la falta de calor global es evidencia del calentamiento global, pero las heladas, el hielo, la nieve, los glaciares, también son también muestras del calentamiento global.
¿Es tan catastrófica nuestra situación actual? No hay como saberlo. El clima está cambiando siempre y los ciclos climáticos son de miles de años. Las series de datos más antiguas, todas de dudosa validez por deficiencias instrumentales (por ejemplo, la red de estaciones terrenas están colocadas en general en áreas urbanas e industriales crecientes, las que muestran lecturas más altas que las áreas rurales adyacentes) no llegan a abarcar 150 años. Con esos datos, obviando su poca confiabilidad, sería imposible determinar seriamente una tendencia. El promedio de las mediciones hechas en estaciones terrenas muestran, efectivamente, un leve incremento durante los últimos 100 años, pero todavía dentro de las variaciones naturales registradas en el último milenio.
¿Cuáles son, pues, las condiciones atmosféricas “normales”? Es variable. Para muestra, los ambientalistas y la BBC nos dan la escandalosa noticia que Groenlandia se está volviendo verde. ¡Si fue precisamente “tierra verde” el nombre que le dieron sus primeros habitantes! Y no es que los vikingos fueran tontos: lo que descubrió en el año 982 Erik el Rojo fue, ciertamente, una “tierra verde” (de ahí, etimológicamente, Groenlandia).
Si adscribimos íntegramente a la opinión ecologista, como si fuera una “verdad revelada” que obvia la condición de auto preservación de nuestro medio ambiente, corremos el riesgo de caer en manos de una nueva forma de falsa deidad: el ecologismo profundo. Tal beatería ecológica genera –oh, paradoja- un mercado de miles de millones de dólares que beneficia a grupos ambientalistas y ONG por todas partes del mundo cuya finalidad pareciera ser renunciar por completo al desarrollo, y llevarnos a deshacer la división del trabajo, retornando a esa vida brutal y miserable que citaba Hobbes. En suma, nos reintegra a las cavernas, sacrificando el crecimiento económico y la superación de la pobreza humana.
¿Suena a totalitarismo? Sin dudas. Pero no es de extrañarse: si hay un punto en el que coinciden los ideólogos nazis y los ecologistas de izquierdas es en el retorno a la naturaleza primitiva, al paraíso perdido por culpa de la industrialización, el progreso tecnológico y el desarrollo capitalista. Esta idea reaccionaria encierra, en el fondo, el común odio de dichas doctrinas al liberalismo moderno y a la cultura occidental.
En síntesis, la nueva Biblia del ecologista, a diferencia de los Santos Libros, genera más preguntas que respuestas. Propongo al respecto tres inquietudes: una, ¿es realmente la humanidad realmente la primera y única fuente de ecopecados?; otra, de entre lo “ecopecadores”, ¿por qué los mayores contaminantes son los productores estatales y no los particulares?; y la tercera, ¿podría estar causando más calentamiento global la repoblación forestal que mi automóvil destructor de recursos, de 9 kms. por litro, con todos sus filtros al día?
A estas preguntas hay una sola respuesta cierta: el ya saturado mercado de científicos y ONGs necesitará de varios millones de dólares de nuestros bolsillos para investigar más al respecto