“Qué lindo sería que los bolivianos tengamos playas, qué bueno sería un fin de semana viajar allá y con mucha dignidad y soberanía dejar nuestras penas y alegrías”, demandaba Evo Morales en el discurso del Día del Mar Boliviano. El destino ha hecho que nuestro océano –llamado paradojalmente Pacífico- haya sido y siga siendo fuente de tanto conflicto con el vecino país
Sin pretender utilizar argumentos nacionalistas, hay razones para pensar que ninguna concesión chilena en la materia resolvería gran cosa. Al contrario, cualquier gesto distinto al de nuestra posición histórica pudiera solo generar mayores desavenencias en el futuro con Bolivia.
Por cierto, la reivindicación boliviana no dice relación con el acceso al mar, que el Tratado de 1904 señala en su artículo sexto que: “la República de Chile reconoce en favor de la de Bolivia y a perpetuidad, el más amplio y libre derecho de tránsito comercial por su territorio y puertos del Pacífico”. Pero, evidentemente, ello no bastó.
Porque la paradoja del tema que los bolivianos denominan “la problemática del mar” es que aquel no se resuelve sólo con mar. Nuestros vecinos no estarán jamás conformes con lo que nos demandan, y sus problemas seguirían exactamente igual al día siguiente de que Chile les hubiere entregado soberanía marítima, y al subsiguiente, y al año y al siglo después.
Ello dice relación con un asunto difícil de entender desde nuestra frontera, dada su naturaleza subjetiva. Las expectativas desmedidas que los propios bolivianos han generado respecto de una eventual salida al mar, sin duda sobrepasan con creces el tamaño del Océano.
Es ahí donde nace el problema: para Bolivia, el mar no es solo una reivindicación patriótica: el Pacífico, para ellos, es símbolo de desarrollo, de progreso económico, en síntesis, la razón por la que –para ellos- su pueblo es inmensamente pobre y el nuestro, injustamente rico. La prensa local habla del “el injusto enclaustramiento al que es sometido Bolivia” (Jornada); y que “Bolivia clama justicia para volver al Pacífico” (El Diario). ¿Puede ser el mar causa de tanto adjetivo?
Tal emotividad sólo se entiende haciendo el ejercicio de reemplazar la palabra “mar” por la de “desarrollo”, que parecieran ser sinónimas en el lenguaje boliviano Sin duda, para ellos lo ignominioso, lo injusto, lo abusivo, es que nuestro país haya alcanzado un crecimiento superior al de ellos y que los bolivianos atribuyen–correcta o erróneamente- al mar.
Así, cualquier alternativa que ofrezca Chile, salvo garantizarles desarrollo y crecimiento económico garantizado a los bolivianos -cosa lejana a nuestras posibilidades- siempre será insuficiente. Porque ante sus ojos nosotros somos los responsables de lo que les pasa.
Es que no es verdad que los 42 países mediterráneos que existen en el mundo sean todos pobres, ni es casualidad, por otro lado, que Bolivia se encuentre dentro de los que 30 menos desarrollados y más pobres del planeta. No es la falta de mar la que ha hecho que Bolivia haya tenido 91 presidentes en 181 años de vida independiente, uno cada dos años. No es culpa de la carencia oceánica que Bolivia ocupe el lugar 117 entre 159 países en índices de corrupción. No es la falta de mar lo que ha hecho que los bolivianos hayan hecho mal las cosas, como las hizo Chile durante años, hasta 1973.
Un prestigioso escritor boliviano Edmundo Paz Soldán, afirma que “Es cierto que nuestro desarrollo como nación pudo haber sido otro si no hubiéramos perdido nuestra salida soberana al Pacífico. Pero también es cierto que a veces hemos utilizado ese argumento como una excusa para justificar nuestro atraso. ¿Chile es el único culpable de todas nuestras desgracias? No lo creo. Los culpables principales son la gran mayoría de nuestros gobernantes, que, entre muchos otros de sus grandes errores, han manejado este asunto demagógicamente”
Hasta que Bolivia se de cuenta que su porvenir no proviene del mar, sino de sus políticas públicas, de la liberalización de sus mercados, de creer en la libertad de empresa, no podrá liberarse del subdesarrollo y de la pobreza.
Sin pretender utilizar argumentos nacionalistas, hay razones para pensar que ninguna concesión chilena en la materia resolvería gran cosa. Al contrario, cualquier gesto distinto al de nuestra posición histórica pudiera solo generar mayores desavenencias en el futuro con Bolivia.
Por cierto, la reivindicación boliviana no dice relación con el acceso al mar, que el Tratado de 1904 señala en su artículo sexto que: “la República de Chile reconoce en favor de la de Bolivia y a perpetuidad, el más amplio y libre derecho de tránsito comercial por su territorio y puertos del Pacífico”. Pero, evidentemente, ello no bastó.
Porque la paradoja del tema que los bolivianos denominan “la problemática del mar” es que aquel no se resuelve sólo con mar. Nuestros vecinos no estarán jamás conformes con lo que nos demandan, y sus problemas seguirían exactamente igual al día siguiente de que Chile les hubiere entregado soberanía marítima, y al subsiguiente, y al año y al siglo después.
Ello dice relación con un asunto difícil de entender desde nuestra frontera, dada su naturaleza subjetiva. Las expectativas desmedidas que los propios bolivianos han generado respecto de una eventual salida al mar, sin duda sobrepasan con creces el tamaño del Océano.
Es ahí donde nace el problema: para Bolivia, el mar no es solo una reivindicación patriótica: el Pacífico, para ellos, es símbolo de desarrollo, de progreso económico, en síntesis, la razón por la que –para ellos- su pueblo es inmensamente pobre y el nuestro, injustamente rico. La prensa local habla del “el injusto enclaustramiento al que es sometido Bolivia” (Jornada); y que “Bolivia clama justicia para volver al Pacífico” (El Diario). ¿Puede ser el mar causa de tanto adjetivo?
Tal emotividad sólo se entiende haciendo el ejercicio de reemplazar la palabra “mar” por la de “desarrollo”, que parecieran ser sinónimas en el lenguaje boliviano Sin duda, para ellos lo ignominioso, lo injusto, lo abusivo, es que nuestro país haya alcanzado un crecimiento superior al de ellos y que los bolivianos atribuyen–correcta o erróneamente- al mar.
Así, cualquier alternativa que ofrezca Chile, salvo garantizarles desarrollo y crecimiento económico garantizado a los bolivianos -cosa lejana a nuestras posibilidades- siempre será insuficiente. Porque ante sus ojos nosotros somos los responsables de lo que les pasa.
Es que no es verdad que los 42 países mediterráneos que existen en el mundo sean todos pobres, ni es casualidad, por otro lado, que Bolivia se encuentre dentro de los que 30 menos desarrollados y más pobres del planeta. No es la falta de mar la que ha hecho que Bolivia haya tenido 91 presidentes en 181 años de vida independiente, uno cada dos años. No es culpa de la carencia oceánica que Bolivia ocupe el lugar 117 entre 159 países en índices de corrupción. No es la falta de mar lo que ha hecho que los bolivianos hayan hecho mal las cosas, como las hizo Chile durante años, hasta 1973.
Un prestigioso escritor boliviano Edmundo Paz Soldán, afirma que “Es cierto que nuestro desarrollo como nación pudo haber sido otro si no hubiéramos perdido nuestra salida soberana al Pacífico. Pero también es cierto que a veces hemos utilizado ese argumento como una excusa para justificar nuestro atraso. ¿Chile es el único culpable de todas nuestras desgracias? No lo creo. Los culpables principales son la gran mayoría de nuestros gobernantes, que, entre muchos otros de sus grandes errores, han manejado este asunto demagógicamente”
Hasta que Bolivia se de cuenta que su porvenir no proviene del mar, sino de sus políticas públicas, de la liberalización de sus mercados, de creer en la libertad de empresa, no podrá liberarse del subdesarrollo y de la pobreza.